La Caprichosa
Published by Daniel Agustín Hassan under on 0:52
Rodrigo tenía cuarenta y uno. Su voz ronca de tantos cigarrillos aplastados en el pasado y sus cabellos plateados lo delataban. Trabajaba en la municipalidad de Tigre en la sección de mantenimiento. Era un empleados más, nada fuera de lo común. Barrer, escurrir y lustrar todos los días salvo domingos lo llenaban de una amplia experiencia que nunca nadie pudo apreciar. Jorge su jefe realmente lo apoyaba. Hubo una época en la que Rodrigo sufrió la crisis y apenas si podía pagar sus impuestos, el país andaba mal, pero sobretodo la situación de un primo enfermo que apoyó económicamente hacía imposible el cumplimiento de la canasta básica. Fue Jorge, su jefe, el único que lo ayudó un poco aumentando su sueldo en un treinta por ciento. Realmente lo mereces Rodriguito le repetía.
Rodrigo era un apasionado de la caza. Su padre lo había instruido en tan noble deporte desde pequeño. Siempre recordó sus viajes una vez por mes al monte junto a su padre. Se quedaban allí hasta conseguir algo a que matar. La Caprichosa, como llamaba Rodrigo a su vieja y oxidada escopeta era el único recuerdo que lo unía su pasado con su querido viejo. Este vejestorio, porque no era más que eso, fue bautizada con tan peculiar nombre por su mala costumbre de no disparar en momentos cruciales. De todas maneras, tanto Rodrigo como su viejo repetían constantemente que no habría jamás sobre la tierra una escopeta más cómoda y precisa que La Caprichosa. A veces, muy de vez en cuando, Rodrigo volvía a adentrarse en el monte. Rememoraba su pasado decía a su jefe cuando el preguntaba que iba a hacer el domingo. No temían mucho de él los animales, excluyendo algunas liebres, las más cobardes, solían ser sus víctimas preferidas.
Fuera de todo eso, Rodrigo era un hombre más. Su figura mezclada con su andar se perdía en la multitud. No había nada raro en él, nada sobresaliente. Jugaba al fútbol los fines de semana en los torneos inter-laborales. Vestía siempre de zapato y de color marrón. Su modo de ser rememoraba al típico argentino esteriotipado. Todo eso vuelve inexplicable lo que sucedió aquella mañana.
Se levantó Rodrigo como todos los días. Tomó té verde y tostadas con dulce luego del baño. Salió un poco retrasado sin tiempo para una caminata, por lo que optó por el 10. Llegando sobre la hora saludó cordialmente a Jorge y se metió al vestidor. Pasó la mañana limpiando los baños y dejando para el final la entrada, como acostumbraba a hacerlo. Esa desgraciada mañana era agitad, demasiada gente cruzaba en rojo el semáforo. Llegando a las diez Rodrigo se dedicó a engullir su refrigerio. Pidió permiso a Jorge para tomar un descanso y volvió a meterse en el vestidor.
Mucha gente no entenderá el porque de lo que sucedió a continuación, pero algunas cosas no tienen razón de ser, sólo suceden y ya.
Su descanso le había sentado perfecto y ya estaba listo para continuar. Se ató con fuerza los cordones del zapato marrón, se subió las medias que se deslizaron acariciando su pantorrilla, tomó la Caprichosa, se arregló el pelo y la camisa y salió.
-Señor que está haciendo usted con…- Fue todo lo que atinó a decir una empleada del sector alumbrado. Con un certero tiro, el buen Rodrigo le abrió la cabeza de par en par. Los gritos resonaron en todo el edificio antes de que el cuerpo muerto de la señora se desplomara con un ruido seco al suelo. Silencioso nuestro tirador apuntó a un viejo sentado en la sala de espera. El viejo le devolvió la mirada con ojos desorbitados, pero la bala llegó a su pecho antes que el miedo. ¡PUM! Murió sin darse cuenta realmente de haber vivido. Con la sangre más helada que se haya visto Rodrigo apoyó una se sus rodilla sobre el suelo y asentada su preciosa escopeta disparó hacia una mujer. Despiadado, puso su ojo sobre el pecho de ella que segundos después rodó por el suelo.
-Tranquilo, ya vas con tu madre- le dijo al niño que no podía quitar los ojos de su madre muerta.
Una sonrisa se dibujaba maliciosa en la cara del buen hombre que parándose lentamente largó una sonora carcajada. ¡JAJAJA! Cualquiera diría que estaba loco, de placer, de odio de rabia… pero no sus ojos nunca dejaron de evidenciar la razón. Una razón incomprensiblemente lógica que nunca, jamás entenderías. El estaba allí como siempre, sólo que ahora mataba gente en vez de microbios del suelo.
Continuó la tortuosa cacería del hombre que buscó y buscó recorriendo el edificio casi vacío a esa altura. Cuantos habían caído, no le importaba, tres, cuatro; todo daba lo mismo. Su fiel y amada escopeta se había lucido hasta el momento. Se encontró el asesino con una pareja de adolescentes de unos dieciséis años. Evidentemente estaban aquí por una casualidad de la vida, extraña y horrible casualidad que resonaría en su cabeza como el peor error de sus insignificantes vidas.
-¿Son novios?-dijo secamente.
Ninguno contestaba, intimidados por la escopeta y sobre todo la presencia del asesino no podían emitir palabra de sus temblorosas bocas.
-¿Son novios?-repitió en idéntico tono y templanza.
-Si señor…-dijo tembloroso el joven
-¿Se aman?
-Sí. Por favor no nos haga nada-dijo tan frágilmente que Rodrigo tuvo que acercarse para percibir el hálito que emanaba desde su garganta el espantado muchacho.
-Por supuesto que no le haré nada. Siempre quise tener una novia, pero nadie me amó nunca… Y ustedes tan chicos, jóvenes sin experiencia en la vida dicen que se aman. Que envidia que me dan…
-Disculpe señor…
¡PUM! El balazo certero surcó el tierno corazón del chico. Esta vez el rostro de Rodrigo no mostraba el frío placer de asesinar, era una cara de asco, enojo y envidia que se plasmaba en esas vidas arruinadas sobre el suelo. La chica gritó desesperada y entre sollozos balbuceaba frases incoherentes sobre el cuerpo de su amado. Pensó en pegarle un tiro en la cabeza y acabar con todo ese ruido, pero no lo hizo. Algo más llamó su atención. Jorge, su jefe, el buen ciudadano desde su oficina.
-Hola Jorge…
-¿Rodrigo que estás haciendo? ¿Pp… p… por qué hacés esto?-Preguntó en llantos su jefe y amigo.
Su cara de pánico lo mostraba patético, impotente, humano ante la situación.
-No se… Me levanté con ganas de matar y acá me ves.
Desde la sala donde yacía el cuerpo sin vida del muchacho, aún se oían los gritos de desesperación de la muchacha. ¿Por queeeeé? ¡Matame a mi también! ¡¿Dios mío por qué pasa esto?!
-Que molesto, ¿no le parece? Así no puede charlar uno tranquilo.
-Pará Rodrigo, ¿qué mierda vas a hacer?
-Un poco de silencio.
¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! Y los gritos cesaron en el establecimiento que se hundió en un silencio total y atroz. Se interrumpió por un momento cuando retumbó la recarga de la escopeta y los pasos lentos de Rodrigo.
-Ahora sólo estamos, vos yo y esta hermosa caprichosa. Sabés Jorgito… yo adoro esta escopeta. Mi papá decía que él mismo se sentía parte de ella… la habré disparado tantas veces, que la siento una extensión de mi cuerpo… creo que entiendo recién ahora lo que decía mi viejo. De todas formas, ella siempre hizo lo que quiso conmigo, me tenía comiendo de su mano…bah, me tiene… hoy me levanté y la miré desde la cama contemplativo y algo me decía que hoy no fallaría… Si supieras lo bien que se está portando che… Hace un ratito cargué los dos últimos tiros sabés. Son estos que reposan en la recámara… No me odies por esto… yo sólo quería que fuera perfecta en mi manos tan solo por una vez… Amigo ya lo sabrás…
Jorge vio a su amigo apuntarle a la cabeza, antes de pensar en nadie, antes de hacerse la idea que la nada lo iba a sobrecoger, su cabeza estallaba contra la pared y sus sesos se esparcían por el suelo. Su hija, su esposa, su madre y su padre ninguno pudo llegar a su cabeza antes que la bala lo aniquilara.
Rodrigo miró a su amigo con ternura. Pensó en lo bien que se había portado su hermosa escopeta y como le dijo desde su inerte existir que hoy no fallaría. Caminó hacia donde estaba el viejo que había matado, y sin mirarlo siquiera se sentó a su lado. Frío como el invierno más crudo hizo la cuenta: dos mujeres, un viejo, un muchacho y una muchacha y un niño pequeño. Luego, lentamente tomó su amada escopeta mientras pensaba en su padre. La acomodó tomándose su tiempo. Casi disfrutándolo. Las sirenas de la policía sonaban a lo lejos acercándose a cada instante. Miró a la Caprichosa y le susurró muy suavemente como una amante apasionado a su amor eterno, su amor prohibido:
-No me falles preciosa…
Mientras los agentes entraron sintieron el estruendo del balazo. No había por qué apurarse… Todos estaban muertos.
PARA ADRIAN
Rodrigo era un apasionado de la caza. Su padre lo había instruido en tan noble deporte desde pequeño. Siempre recordó sus viajes una vez por mes al monte junto a su padre. Se quedaban allí hasta conseguir algo a que matar. La Caprichosa, como llamaba Rodrigo a su vieja y oxidada escopeta era el único recuerdo que lo unía su pasado con su querido viejo. Este vejestorio, porque no era más que eso, fue bautizada con tan peculiar nombre por su mala costumbre de no disparar en momentos cruciales. De todas maneras, tanto Rodrigo como su viejo repetían constantemente que no habría jamás sobre la tierra una escopeta más cómoda y precisa que La Caprichosa. A veces, muy de vez en cuando, Rodrigo volvía a adentrarse en el monte. Rememoraba su pasado decía a su jefe cuando el preguntaba que iba a hacer el domingo. No temían mucho de él los animales, excluyendo algunas liebres, las más cobardes, solían ser sus víctimas preferidas.
Fuera de todo eso, Rodrigo era un hombre más. Su figura mezclada con su andar se perdía en la multitud. No había nada raro en él, nada sobresaliente. Jugaba al fútbol los fines de semana en los torneos inter-laborales. Vestía siempre de zapato y de color marrón. Su modo de ser rememoraba al típico argentino esteriotipado. Todo eso vuelve inexplicable lo que sucedió aquella mañana.
Se levantó Rodrigo como todos los días. Tomó té verde y tostadas con dulce luego del baño. Salió un poco retrasado sin tiempo para una caminata, por lo que optó por el 10. Llegando sobre la hora saludó cordialmente a Jorge y se metió al vestidor. Pasó la mañana limpiando los baños y dejando para el final la entrada, como acostumbraba a hacerlo. Esa desgraciada mañana era agitad, demasiada gente cruzaba en rojo el semáforo. Llegando a las diez Rodrigo se dedicó a engullir su refrigerio. Pidió permiso a Jorge para tomar un descanso y volvió a meterse en el vestidor.
Mucha gente no entenderá el porque de lo que sucedió a continuación, pero algunas cosas no tienen razón de ser, sólo suceden y ya.
Su descanso le había sentado perfecto y ya estaba listo para continuar. Se ató con fuerza los cordones del zapato marrón, se subió las medias que se deslizaron acariciando su pantorrilla, tomó la Caprichosa, se arregló el pelo y la camisa y salió.
-Señor que está haciendo usted con…- Fue todo lo que atinó a decir una empleada del sector alumbrado. Con un certero tiro, el buen Rodrigo le abrió la cabeza de par en par. Los gritos resonaron en todo el edificio antes de que el cuerpo muerto de la señora se desplomara con un ruido seco al suelo. Silencioso nuestro tirador apuntó a un viejo sentado en la sala de espera. El viejo le devolvió la mirada con ojos desorbitados, pero la bala llegó a su pecho antes que el miedo. ¡PUM! Murió sin darse cuenta realmente de haber vivido. Con la sangre más helada que se haya visto Rodrigo apoyó una se sus rodilla sobre el suelo y asentada su preciosa escopeta disparó hacia una mujer. Despiadado, puso su ojo sobre el pecho de ella que segundos después rodó por el suelo.
-Tranquilo, ya vas con tu madre- le dijo al niño que no podía quitar los ojos de su madre muerta.
Una sonrisa se dibujaba maliciosa en la cara del buen hombre que parándose lentamente largó una sonora carcajada. ¡JAJAJA! Cualquiera diría que estaba loco, de placer, de odio de rabia… pero no sus ojos nunca dejaron de evidenciar la razón. Una razón incomprensiblemente lógica que nunca, jamás entenderías. El estaba allí como siempre, sólo que ahora mataba gente en vez de microbios del suelo.
Continuó la tortuosa cacería del hombre que buscó y buscó recorriendo el edificio casi vacío a esa altura. Cuantos habían caído, no le importaba, tres, cuatro; todo daba lo mismo. Su fiel y amada escopeta se había lucido hasta el momento. Se encontró el asesino con una pareja de adolescentes de unos dieciséis años. Evidentemente estaban aquí por una casualidad de la vida, extraña y horrible casualidad que resonaría en su cabeza como el peor error de sus insignificantes vidas.
-¿Son novios?-dijo secamente.
Ninguno contestaba, intimidados por la escopeta y sobre todo la presencia del asesino no podían emitir palabra de sus temblorosas bocas.
-¿Son novios?-repitió en idéntico tono y templanza.
-Si señor…-dijo tembloroso el joven
-¿Se aman?
-Sí. Por favor no nos haga nada-dijo tan frágilmente que Rodrigo tuvo que acercarse para percibir el hálito que emanaba desde su garganta el espantado muchacho.
-Por supuesto que no le haré nada. Siempre quise tener una novia, pero nadie me amó nunca… Y ustedes tan chicos, jóvenes sin experiencia en la vida dicen que se aman. Que envidia que me dan…
-Disculpe señor…
¡PUM! El balazo certero surcó el tierno corazón del chico. Esta vez el rostro de Rodrigo no mostraba el frío placer de asesinar, era una cara de asco, enojo y envidia que se plasmaba en esas vidas arruinadas sobre el suelo. La chica gritó desesperada y entre sollozos balbuceaba frases incoherentes sobre el cuerpo de su amado. Pensó en pegarle un tiro en la cabeza y acabar con todo ese ruido, pero no lo hizo. Algo más llamó su atención. Jorge, su jefe, el buen ciudadano desde su oficina.
-Hola Jorge…
-¿Rodrigo que estás haciendo? ¿Pp… p… por qué hacés esto?-Preguntó en llantos su jefe y amigo.
Su cara de pánico lo mostraba patético, impotente, humano ante la situación.
-No se… Me levanté con ganas de matar y acá me ves.
Desde la sala donde yacía el cuerpo sin vida del muchacho, aún se oían los gritos de desesperación de la muchacha. ¿Por queeeeé? ¡Matame a mi también! ¡¿Dios mío por qué pasa esto?!
-Que molesto, ¿no le parece? Así no puede charlar uno tranquilo.
-Pará Rodrigo, ¿qué mierda vas a hacer?
-Un poco de silencio.
¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! Y los gritos cesaron en el establecimiento que se hundió en un silencio total y atroz. Se interrumpió por un momento cuando retumbó la recarga de la escopeta y los pasos lentos de Rodrigo.
-Ahora sólo estamos, vos yo y esta hermosa caprichosa. Sabés Jorgito… yo adoro esta escopeta. Mi papá decía que él mismo se sentía parte de ella… la habré disparado tantas veces, que la siento una extensión de mi cuerpo… creo que entiendo recién ahora lo que decía mi viejo. De todas formas, ella siempre hizo lo que quiso conmigo, me tenía comiendo de su mano…bah, me tiene… hoy me levanté y la miré desde la cama contemplativo y algo me decía que hoy no fallaría… Si supieras lo bien que se está portando che… Hace un ratito cargué los dos últimos tiros sabés. Son estos que reposan en la recámara… No me odies por esto… yo sólo quería que fuera perfecta en mi manos tan solo por una vez… Amigo ya lo sabrás…
Jorge vio a su amigo apuntarle a la cabeza, antes de pensar en nadie, antes de hacerse la idea que la nada lo iba a sobrecoger, su cabeza estallaba contra la pared y sus sesos se esparcían por el suelo. Su hija, su esposa, su madre y su padre ninguno pudo llegar a su cabeza antes que la bala lo aniquilara.
Rodrigo miró a su amigo con ternura. Pensó en lo bien que se había portado su hermosa escopeta y como le dijo desde su inerte existir que hoy no fallaría. Caminó hacia donde estaba el viejo que había matado, y sin mirarlo siquiera se sentó a su lado. Frío como el invierno más crudo hizo la cuenta: dos mujeres, un viejo, un muchacho y una muchacha y un niño pequeño. Luego, lentamente tomó su amada escopeta mientras pensaba en su padre. La acomodó tomándose su tiempo. Casi disfrutándolo. Las sirenas de la policía sonaban a lo lejos acercándose a cada instante. Miró a la Caprichosa y le susurró muy suavemente como una amante apasionado a su amor eterno, su amor prohibido:
-No me falles preciosa…
Mientras los agentes entraron sintieron el estruendo del balazo. No había por qué apurarse… Todos estaban muertos.
PARA ADRIAN
0 comentarios:
Publicar un comentario